Matar pajaritos. El lector arrepentido
Por Mex Urtizberea
Crecimos matando pajaritos en nuestro tiempo libre Cazando sapos en las zanjas para llevarlos
a la escuela y alli adormecerlos con cloroformo, abrirlos al medio todavia vivos para ver cómo
funcionaban sus órganos y después tirarlos a la basura. A veces era un conejo el que
disecábamos y la fiesta era aún más emocionante.
Crecimos dándoles de fumar a los escuerzos hasta que explotaran, para comprobar si era cierto
que los escuerzos fuman como escuerzos. Clavando con alfileres a los insectos, incluso a
mariposas, sobre un cartón o un telgopor para presentarlo como si fuera un cuadro, en la materia
Ciencias Naturales. Atándoles, en las tardes de aburrimiento, un cordón al cuello a los gatos
para revolearlos varias vueltas en el aire y estamparlos contra alguna pared.
Crecimos pícaros tiranos de la naturaleza, amos y señores atormentadores de ella para
divertimos como niños, con una maldad masculina permitida, aceptada, que nunca sintió
Vergüenza de ser tal, sino que más bien se manifestaba con orgullo. (Algún que otro caso de
excepción puede haber: alguien me cuenta conmovido, que de chico una vez alcanzó de un
disparo de aire comprimido al pajarito elegido y cuando corrió a buscar su trofeo, el pájaro no
estaba muerto, sino herido y temblando. Verlo temblar, inocente sobre la tierra, le sacó las
ganas para siempre de lastimar porque sí. Acaso la imagen le reveló que todos los seres vivos
somos sinónimos, principalmente en el dolor).
Crecimos matando pajaritos. Después nos hicimos adultos. Dejamos por fin de jugar con la
naturaleza. Y nos dedicamos a ella con seriedad: talamos bosques indiscriminadamente,
contaminamos rios con total naturalidad; cazamos animales on extinción por hobby
depredamos mares porque se nos antojó, instalamos mineras que envenenan o firmamos el
permiso para que se instalaran; perforamos la capa de ozono, nos desentendimos del
calentamiento global; cambiamos el clima; derretimos glaciares; empetrolamos pingüinos y
privatizamos lagos para que fueran la pileta de natación de algunos privilegiados.
Pero crecen ahora, afortunadamente, las nuevas generaciones con una conciencia ecológica que
resulta de lo más esperanzador, con una sensibilidad frente a la naturaleza que nadie se hubiera
animado a tener en otras épocas: crecen también las nuevas generaciones de docentes que no
se cansan de hacer hincapié, desde el aula, en la urgencia de respetar el medio ambiente. Crecen
ahora estas nuevas generaciones y es como si aunaran sus voces para tararear sin cesar aquello
que escribió Maria Elena Walsh: Al que mata a los pajarillos, le brotará en el corazón una bala
de hielo negro y un remolino de dolor. Cual es el título del cuento